lunes, 26 de septiembre de 2011

ANTONIO LÓPEZ GARCÍA

Ya había oído hablar de este pintor español y visto parte de su obra por la red y, aprovechando que hace poco lo vi en las noticias, voy a dedicarle una entrada a este gran contemporáneo cuya obra me parece impresionante.



Hay exposiciones y exposiciones. Todo depende del tirón del artista, la factura y variedad de las obras y el favor del público. Unas variables que hacen de la presente y multitudinaria Exposición de Antonio López en el Museo Thyssen-Bornemisza uno de los acontecimientos artísticos del año en la capital de España. Desde 1993, han transcurrido dieciocho años, no teníamos ocasión de ver una retrospectiva tan ambiciosa. Antonio López, se contrasta nada más iniciar la visita, es un artista no sé si tan distinto, aunque lo parece, a los demás creadores de su generación. Un pintor que huyó intencionadamente de la adscripción, aunque fuera temporal, a los grandes istmos de las vanguardias del momento, aun conociendo y actuando, especialmente en sus primeros años, bajo las inevitables influencias de los principales movimientos de la modernidad. En este sentido, y en otro más, pues su vida está transida de una aureola de anacoreta plástico, Antonio López es, de acuerdo con el título del libro de Helmuth N. Bachmann, un solitario del arte. Nuestro Balthus. No hay duda que, tras el arrollador triunfo del informalismo, Antonio López se muestra como el heredero más dotado de la denominada imprecisamente pintura figurativa y realista. Es comprensible la consideración para muchos de nuestros compatriotas como el mejor y más aventajado heredero de la pintura clásica. De la pintura, según nos dicen apasionadamente sus valedores, de verdad, de la pintura bien construida, de la pintura asentada en el dibujo.
Pero hay más diferencias con los demás pintores. El manchego nos retrotrae a los artistas del Medioevo y del Renacimiento, ocupados y preocupados por dominar los secretos últimos de la cocina del pintor, haciendo sus propios colores y mimando los soportes. Antonio López, podríamos decir sin ánimo descalificador, el artesano. Una profesión, la de pintor, que conoce su oficio, que se dedica a él con exclusividad, de forma paciente y hasta parsimoniosa, que parece no dotar de importancia al tiempo. Muchas de sus obras, desde algunas de sus composiciones más logradas sobre Madrid, hasta su interminable retrato de la Familia Real, se resisten a ser finalizadas. Siempre hay una pincelada más, un gesto que retocar, un paisaje que aclarar, una luz que reproducir… No importan ni las horas empleadas, ni los días pasados, ni las estaciones vencidas, ni los años consumidos. No hay prisa. No se conoce la urgencia. Prisa, una palabra maldita en el diccionario de Antonio López. En esto también es, podríamos decir, “antimoderno”. Lo más antitético al actual futurismo que ha hecho de la celeridad, y por ende, de la improvisación, y en muchas ocasiones de la falta de rigor, cuando no de técnica, uno de sus rasgos. Antonio López podría hacer propias las palabras atribuidas a otro atemporal, el compositor ruso Igor Stravinsky: “¡Prisa! Nunca tengo prisa. Nunca tengo tiempo!” La película de Víctor Erice, El Sol del Membrillo así lo recoge y, en este caso, explicita las razones de un fracaso: el tiempo, querido Antonio, ni siquiera tú, lo puedes parar.

                                                                                       
"Una obra nunca se acaba, sino que se llega al límite de las propias posibilidades."

Con estas palabras Antonio López resume su particular modo de acercamiento al objeto a pintar. Sus cuadros se desarrollan a lo largo de varios años, décadas en ocasiones, con una plasmación lenta, meditada, destilando con cada pincelada la esencia del objeto o paisaje, hasta que el artista consigue plasmar la esencia del mismo en el lienzo. El pintor busca entre la realidad que le rodea aquellos aspectos cotidianos, que él recoge con un tratamiento pleno de detallismo, rozando lo fotográfico. Sus preferencias van desde las vistas de Madrid hasta los retratos de sus familiares, pasando por los objetos más cotidianos y cercanos.
A lo largo de la mayor parte de su carrera artística, Antonio López ha desarrollado una obra independiente, en medio de un panorama artístico estructurado en base al informalismo y la abstracción. Tampoco parece tarea fácil vincular la obra de López con las tendencias realistas europeas más recientes, o con el hiperrealismo americano. 






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